Fuente: La Ramona, Periódico Opinión
En todos estos años de ejercicio del periodismo
cultural, la RAMONA ha colaborado con diferentes suplementos y revistas,
pero mantuvo una relación especialmente fructífera y larga con el Fondo
Negro de La Prensa. Olvidando la lógica de la competencia profesional,
por los intereses compartidos y por la amistad que nos unió a algunos de
sus editores, fue una publicación hermana, fue uno de nuestros
referentes cuando comenzamos nuestro trabajo. Esta semana nos llegó la
triste noticia, se canceló a este añejo y notable espacio dedicado a la
literatura y a las otras artes. No podíamos quedarnos indiferentes,
debíamos despedir y rendir homenaje al Fondo. No se nos ocurrió nada
mejor que pedirles textos a nuestros caros amigos Ricardo Bajo,
Sebastián Antezana y Mauricio Murillo, que lo editaron y dirigieron en
algunas de sus etapas más memorables. Somos muy concientes de que la
cultura y el arte son lo que menos le importa a la gran mayoría de los
directivos de los medios de comunicación, pues reticentes a la lectura y
al ejercicio intelectual, olvidan que justamente es eso lo que
engrandece a los pueblos. Salud por esas páginas publicadas, salud por
el trabajo cumplido, salud por lo perdurable, salud por el Fondo Negro
(ALT).
Chau Fondo Negro
Sebastián Antezana
Algunas
despedidas implican una escritura triste. Ya que, fundamentalmente, son
instancias de frustración, potencian un mecanismo nostálgico: es
imposible no ceder ante un ejercicio de memoria. El Fondo Negro nació
cuando yo tenía quince años y desaparece hoy que tengo treinta. Como en
mi casa se compraba regularmente La Prensa leí el suplemento durante
exactamente la mitad de mi vida, de modo que la relación que tuve con él
siempre fue estrecha. Además de serlo por la lectura cotidiana, lo fue
porque, en muchas ocasiones, el Fondo Negro era verdaderamente un
remanso de disenso frente al desborde dominical. Literatura, cine,
análisis de la cultura. Yo seguía tan de cerca al suplemento que, en
algún momento, cuando creo que tenía 19 años y su director entonces
–Ricardo Bajo– decidió lanzar un concurso nacional de cuentos
policiales, me animé y participé sin casi pensarlo. Mi relato
eventualmente ganó una mención y el primer premio se lo llevó Jaime
Nisttahuz, pero eso es lo de menos. Lo importante es que el suplemento
era para mí una posibilidad: medio de información, análisis e incluso
impulso creativo, de modo que cuando, años después, me tocó dirigirlo
fue como cerrar un círculo. Yo llegué a La Prensa respondiendo un
anuncio que no hacía referencia al suplemento, sin más expectativas que
la de conseguir un trabajo de corrector, y tras reunirme con quien era
entonces su director, Grover Yapura, terminé encargado del Fondo Negro.
Esos eran días llenos de miedo y excitación, de inseguridad y grandes
planes. Allí estuve por algo más de dos años y disfruté cada momento.
Durante
ese tiempo traté de proponer el Fondo Negro como espacio dedicado a la
literatura –aunque, es cierto, en sus páginas se escribía también sobre
cine y en alguna ocasión sobre teatro y pintura–. Eso por mi formación
personal y porque consideraba que en el país no se mantenía entonces
(principios de 2010) ningún suplemento literario, lo que consideraba y
considero una gran falta. La noticia de su desaparición, por lo tanto,
me llena de desesperanza. Hay espacios, como la Ramona, de Opinión,
Ideas, de Página Siete, Tendencias, de La Razón, Brújula, de El Deber, y
pocos más que se mantienen, pero ninguno tiene el perfil que tenía el
Fondo Negro, que además era el suplemento decano de la prensa nacional
–creo que el que le sigue inmediatamente es Brújula, que acaba de
cumplir trece años.
En los periódicos y revistas naciónales,
pese a honrosas excepciones, parecería haber cada vez menos comentarios
especializados en
literatura, cine y otras artes; parecería ganar
terreno una opinión genérica y desapasionada, descriptiva –en el peor
estilo– y conformista, que se queda en la superficie de las cosas y
comienza a expandirse, como un tibio protoplasma cuya función parecería
ser la de uniformizar. Voy a repetir algo que no por ser trillado es
menos cierto: en un gesto incomprensible, frente a las crisis económicas
los periódicos suelen cerrar primero las secciones de cultura y
literatura. Como si no fuera, precisamente, la gente a quien le gusta
leer la que compra el periódico. ¡Como si la provocación a la lectura
fuera enemiga del periódico! Al contrario, la posibilidad de generar
verdaderas líneas críticas en la prensa, y de fomentar la
especialización de los lectores, es el camino adecuado. Así subirían
inmediatamente los estándares de nuestro consumo de literatura y de
otros discursos, y de nuestras formas de relacionarnos con la historia y
la historia crítica de esos discursos.
No puedo menos que
atribuir a un prejuicio generalizado el hecho de que en Bolivia la
cultura suele verse con menos rigor, menos seriedad y más laxitud que
disciplinas como el ejercicio político –ese deporte nacional por
excelencia–, la actividad económica, el fútbol y la farándula. Por lo
general, creemos que cuando se trata de arte –y quizás más aún cuando se
trata de literatura, ese discurso absolutamente menor que no le genera a
nadie ninguna ganancia– cualquier aproximación a ella es válida y, por
consiguiente, todas son iguales, intercambiables y prescindibles porque,
al fin y al cabo, la literatura no es un asunto complejo o de gravedad,
es algo menor y a veces incomprensible que está a años luz dela
sobredosis de violencia política que se exhibe diariamente en el
espectáculo de la prensa nacional. Nada menos cierto. La verdadera
función de los periódicos consiste en establecer un pacto de lectura con
su público, un vínculo que se basa en el amor a la letra escrita y se
expresa en el análisis de la cultura.
Frente a la línea
uniformizante de la prensa respecto a estos temas, frente al triste
cierre de suplementos como el Fondo Negro, nos queda, simplemente,
celebrar los espacios que se mantienen e imponer la marca registrada del
lector, de la pregunta y las segundas lecturas. Respondamos a los
medios, escribámosles, hagámosles saber nuestras opiniones, nuestras
ópticas divergentes. Es necesario establecer a la duda como bandera, es
necesario cuestionar las concepciones establecidas, es necesario exigir
profundidad y visión histórica a los periódicos, en sus análisis, en sus
opiniones. Es necesario demandar profesionalismo a la hora de encarar
la compleja experiencia del arte, para poder así llegar a tener una
mejor, más variada y más compleja experiencia lectora.
diocucs@hotmail.com
¡Viva el Fondo Negro, carajo!
Ricardo Bajo H.
Fui el editor del suplemento Fondo Negro de La Prensa
durante casi cinco años, de 2000 a 2005. Luego, un mediodía me llamaron
al despacho de la directora Amparo Canedo y me despidieron sin razón
alguna. Es personal, me dijeron. Nada que ver con tu desempeño laboral.
No sabía si reir o llorar. Así que no hice ninguna de las dos cosas y me
dediqué aquella mañana a escribir a todos los colaboradores del Fondo
Negro, uno a uno, una a una, para despedirme.
Heredé el Fondo
Negro de la mano de Antonio Vera, un colega peruano-paceño amante de los
libros y del buen periodismo; éste a su vez había tomado la posta de
Sergio Cáceres, uno de los pilares de otra publicación legendaria, El
Juguete Rabioso.
El Fondo Negro (de un poema del francés Eugene
Guillevic) había tenido como precedente en el periódico de Villa Fátima
al suplemento Lecturas. ¿Pueden creer que Lecturas llegó a tener 32
páginas cuando salió por primera vez a finales de los 90 junto a La
Prensa? Ya sé, no es creíble. Pero yo todavía guardo aquellos Lecturas,
bajo la dirección del gran Juan MacLean, gran poeta y mejor personaje
paceño-cochabambino.
También guardo todos los Fondo Negro que
hice o ayudé a hacer junto a los y las colaboradoras. Soy un fetichista
de los periódicos viejos y algún día los encuadernaré. Recuerdo con
nostalgia y casi lágrimas aquellas tapas y entrevistas que hice a los
que ya no están con nosotros: una vista a la casa de la zona sur de la
poeta y fumadora empedernida Blanca Wiethüchter; una mañana alcohólica
con Robertito Echazú junto al Gringo Limón y a Jesús Urzagasti, en el
local del segundo de la plaza Abaroa; las charlas nocturnas con el mejor
rapero que ha dado Bolivia (Abraham Bojórquez de Ukamau y Ké); un
cafecito por la tarde en la casa de Ana María Romero de Campero cuando
publicó su última novela (“Cables cruzados”); las colaboraciones en
crítica de cine de dos cumpas que ya nos dejaron como el strongusita
Chesco Díaz Mariscal y Miguel Tamayo Cruz … Y como olvidarme de
Viscarrita cuando vivía por Villa Fátima y venía al periódico a pedirme
plata a cambio de un cuento inédito que jamás me entregaba. “Por ser
vos, te voy a cobrar 20 pesos”, me decía. “No tengo ahorita, Víctor
Hugo, te juro, apenas tengo diez pesitos”, le respondía. “Ya cojudo,
dame eso nomás pero no te hagas, llok’alla bandido, me debes 10”.
El
Fondo Negro fue para mí un escenario de lujo, un privilegio para
conocer y escribir sobre nuestros mejores hombres y mujeres, los que
hacen en silencio y contra viento y marea una mejor Bolivia con sus
libros, músicas, poemas, obras, pinturas, artes, culturas...
Las
tapas dedicadas a Elenita Poniatowska, a Volpi, a Laura Restrepo, a los
punkeros Attaque 77 (cuando pasaron por La Paz), a Manu Chao, a
Monsivais y sus gatos… hicieron del Fondo Negro un referente para muchos
y muchas lectores; para una inmensa minoría, para los cuatro cojudos
que nos preocupamos por estas pendejadas.
Y como olvidarme de
los concursos literarios que organizamos con el apoyo de unos pocos:
varios de cuento breve (uno lo ganó Liliana Colanzi), uno de relato
policiaco (¡ganó el chaqueño David Acebey con Alison Spedding entre mi
jurado!).
Incluso recuperamos cuadros “perdidos” del Salón Pedro
Domingo Murillo gracias a una investigación que acabó con el oficial
mayor de Culturas de La Paz, el actual ministro, compañero Groux,
viajando a Lima para traer de vuelta el cuadro robado “Siembra” de María
Luisa Pacheco.
Fueron años maravillosos de amanecerse todos
los jueves e irse a casa a dormir con el sol saliendo; noches de
compartir en la madrugada con colegas que dejaban todo para el final,
años que todos los que pasamos por La Prensa recordamos con nostalgia,
cariño y sentimientos de lucha. Y bofetadas en plena sala de reunión de
editores los lunes en la mañana por defender la dignidad.
Afortunadamente, como editor del Fondo Negro, siempre estaba en la
reunión de los lunes y entre acusaciones de “masistas” por un lado y
“neoliberales vendidos a las transnacionales” fui testigo de discusiones
acaloradas entre colegas y futuras huelgas y paros del periódico en
defensa del oficio. Corría el 2003 y yo tenía que pensar luego quien
carajo iba a estar en la tapa del Fondo ese domingo. Te escribo de un
país donde todo está negro y no es de noche. ¡Viva el Fondo Negro
pinches putos!
___
Postscriptum: escribo de madrugada y
de memoria. Seguro me olvidé de un montón de cuates y cuatachas. Me da
flojera a esta hora remover mi vieja hemeroteca. Y además soy alérgico
al polvo. Disculpas.
jericoara@yahoo.com
Literatura y comunión
Mauricio Murillo
De
vez en cuando me pregunto por qué dedicarle tanto tiempo y esfuerzo y
laburo a una actividad como la literaria. Es tal vez fácil de argumentar
que su efecto en nuestra sociedad y en el mundo es nulo. No hay manera
verificable de saber cuál es su efecto verdadero. No salvamos a niños de
morir (exagerando un ejemplo), no traemos paz a las naciones, no
luchamos contra la pobreza, etcétera, etcétera. Pero la cosa no es tan
sencilla. Creo de verdad que la escritura tiene un efecto real en
nuestro mundo. La ficción nos permite relacionarnos con nuestra
cotidianeidad de distinta manera, la completa. En estos tiempos veloces,
donde predomina la producción y la búsqueda de ganancia, un espacio
como la buena literatura aparece como un alien (esto, lo sabemos, no es
solamente de los últimos años o decenios). A la gente no le importa
leer. Somos como esos animales descritos en manuales de biología para
colegio que viven, se reproducen y mueren. Esencial es estudiar una
carrera, tener un buen trabajo, construir una familia modelo y morirse
luego de haber trabajado casi la mitad de tu vida. En ese espacio donde
la plata es lo fundamental, no es necesario (ni para nada importante)
parar un rato para leer, para pensar, para elaborar. Los doce largos
años de colegio (donde se nos aleja de la lectura) solamente los
utilizamos para planear una vida aburrida y plana.
Es por esto
que las publicaciones literarias de calidad, y no sólo la de libros, que
se insertaban en la cotidianeidad de las noticias y los líos desde
suplementos me parecen necesarios y útiles. Extraño esos suplementos
literarios en el país que sí proponían, que iban más allá de una mera
descripción de un evento. Recuerdo Presencia Literaria, fue el espacio
más importante para poder leer en la prensa estudios completos y
propositivos. Mucho de lo que sabemos de nuestros clásicos está
publicado ahí. Es necesario ir más allá del mero acontecimiento social.
Aturden, aburren y empalagan las presentaciones de libros y los
discursos. Mejor leer. Mejor releer y escribir en diálogo. Pero, y esto
es claro, a casi nadie le importa la literatura. La lectura es un acto
solitario e individual, pero ahí no se acaba esto. Los diálogos que se
generan luego son lo que permiten completar un sistema. No se me ocurre
una palabra que ilustre de mejor manera la experiencia de la lectura que
comunión.
Me parece, ahora que escribo, que lo que digo es
cursi o melancólico o melodramático, no sé, pero prefiero optar por la
pena que por la rabia (cosa que no sucede tan seguido). Los que hemos
elegido la literatura como experiencia de vida sabíamos desde el
principio a qué nos ateníamos (lo que no quiera decir que lo que sucede
esté bien). Pero igual pone siempre triste que algo tan importante como
la literatura o la ficción pase casi siempre como una anécdota. En el
tiempo que estuve como editor del Fondo Negro pude constatar algunas
cosas que tal vez desdigan el empute de las líneas anteriores. No
siempre es malo conocer al autor de un libro que uno ha disfrutado. El
suplemento me permitió constituir amistades que seguro van a durar un
buen tiempo. Y, segundo, existe un grupo reducido de personas que sí
eligen la literatura, y no desde la pose o la búsqueda de notoriedad y
éxito (que de esto también hay mucho); esa pequeña comunidad hace que
todo lo que se haga valga la pena. Frente a esta vida de mierda con
horizontes dudosos y búsquedas simplonas y tristes, nos quedan los
libros, la crítica, el diálogo. No sé si sea suficiente, pero es algo.
mauricio.murillo@hotmail.es
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